De todos los días prefiero el día de los locos. Parece que el diluvio no anunciado los ha hecho salir del lugar donde normalmente se preservan del mundo y han tomado ómnibus y estaciones llenas de personas con paraguas. El del ómnibus cantaba a toda voz su amor por alguien inalcanzable, distante. Al bajarse en su destino solo comentó: es que estoy enamorado.
En la estación, entre aquellos a los que la lluvia les aumenta la prisa, estaba el predicador. Con una enorme biblia abierta hablaba a una señora, no sé si tan ausente como la del loco enamorado.
Pensando en ambos y mientras espero al próximo, que debe manifestarse en cualquier momento, le doy gracias a la lluvia porque siempre hace florecer aquello que en algún lugar aguarda.
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