Desde que tengo memoria vivo presa a los domingos, días que nunca supe colocar al comienzo o al fin. Generalmente los domingos parecen días normales, sobre todo al inicio. Siempre me hago planes para aprovecharlos al máximo: escribir una página, adelantar las lecturas, ver películas sin fin. Siempre cumplo casi nada de esos planes, porque enseguida, a solo algunas horas de hacerlos, empieza la agonía del domingo, su lento y envolvente arrastrarse hacia el lugar de las horas perdidas.
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